la más freak del libro Guinness

domingo, 2 de agosto de 2009

El Destino

Nunca he creído en el destino. Como católica me he limitado siempre a pensar que Dios nos hizo libres, que cada uno forja su propio camino según el libre albedrío y que, por consiguiente, no somos marionetas de ninguna fuerza sobrenatural. Y esto no sólo me lo han inculcado desde la infancia (cabe destacar la importante influencia religiosa que he recibido por medio de las escuelas en mi formación educativa), sino también lo he aprehendido con los textos filosóficos a los que con frecuencia recurro.

Es por eso que nunca me había detenido en aquél asunto, y cuando me cuestionaban sobre el mismo, respondía con total indiferencia: “El destino es sólo un antiquísimo invento humano, puras suposiciones que no pueden ser probadas experimentalmente”, y fin de la historia. “Somos arquitectos de nuestro propio destino”, como dice Nervo, “Se hace el camino al andar”, diría Serrat, y “no estamos determinados por un destino inexorable”, como apunta Freire. Esto me era suficiente para creerlo válido, y en cuanto al destino, en mi opinión, sólo pasaría a formar parte de un atrapante mito que ha inspirado las más bellas historias de todos los tiempos.

Pero este tema comenzó a inquietarme poco a poco a medida que me sucedieron cosas que sólo por la abstracta suposición de que existe un destino se explican.
Hace casi dos años que conozco a Paul. Sí, aquella persona que toma gran protagonismo en mis escritos. Creo que me gusta desde aquél entonces, pero de lo que no dudo es de que siempre he sentido una atracción distinta a la que pude sentir con otros muchachos. En verdad tenemos muchas cosas en común, no sólo en gustos coincidimos sino también en experiencias, creencias, pensamientos. De hecho, muchas cosas que me contó le han sucedido, me habían acontecido a mí también en algún momento y ni hablar de experiencias relativas a nuestro aspecto físico. Y es por esto, a veces, suelo especular que he dado con algo así como un “alma gemela” pero ese es otro tema que excede los límites de lo que quiero narrar ahora.

El día que nos conocimos fue realmente sorprendente. Yo anhelaba hacía tiempo conocer a un hombre pelirrojo como yo, sólo por curiosidad, me resultaba fascinante la idea. Y ese día que salí, allí estaba él, en un bar al que entré quién sabe por qué motivo. Se acercó a mí algo nervioso. La conversación comenzó con la superficialidad con la que nos manejamos los jóvenes actualmente y duró pocos minutos, pero se sentía tan agradable compartirlos con él que podría haberme quedado toda la noche allí. Y a demás… su belleza ¿cómo se explica la belleza? En fin, al cabo de poco tiempo se había hecho la hora de volver a casa y el papá de mi amiga nos estaba esperando en la puerta. Pero antes de partir me invitó a besarlo ¿cómo no hacerlo? Me hubiera arrepentido toda mi vida de ello. ¿Y luego de eso?, ¿terminaría todo ahí? No podía dejarlo desaparecer de mi vida así (si hubiera sabido lo que acontecería más tarde, no me hubiera preocupado en absoluto por esto). Pero como uno nunca sabe lo que le depara el destino, tuve que dejar un poco de lado aquello que impone la sociedad, que es machista (dicho sea de paso), y dar el paso yo, aunque fuera mujer. Me refiero a que le pedí su número de teléfono y su dirección de correo electrónico, y tal vez esto lo llevó a formar un prejuicio bastante negativo sobre mí, pero igualmente no me arrepiento de haberlo hecho.

Durante la semana congeniamos por MSN un encuentro para el próximo sábado en el mismo lugar. Debo confesar, no fue lo mejor, de hecho a partir de ese momento él se formó una idea de mi personalidad que no era la verdadera, pero ¿quién puede con la mayor facilidad desarraigar un prejuicio que otra persona tiene de nosotros? ¿Cómo mostrarnos verdaderos si actuamos con el cuidado de no dar lugar a prejuicios falsos?

Las conversaciones por MSN siguieron, ya no tan frecuentes, bastante frías. Él, como era de esperarse, demostraba poco interés en mí y sólo se dirigía con aire superado. Demás está decir que no volvimos a acordar para vernos, sin embargo los encuentros siguieron acaeciendo: en las semanas siguientes lo crucé dos veces por las calles de Temperley en la noche, pero el reencuentro sólo consistía en un breve saludo y algunas palabras.

En lo que siguió del tiempo dejamos de hablarnos. Él había sido sólo uno más de mi lista y yo de la de él. Eso era todo.
Hasta que aquella noche del 27 de enero del año pasado lo crucé por purísima casualidad por las calles de Adrogué. Como había sucedido anteriormente, sólo nos saludamos, cruzamos algunas palabras, como para detenernos más tiempo, y cada uno siguió su camino.

Era increíble, nunca me había cruzado tres veces por pura casualidad y sólo por pura casualidad con la misma persona. Pero como señalé al principio, no creía en el destino, solamente se habían dado así las cosas por azar.

Nueve meses después de aquél último encuentro, volví a dar con él nuevamente en Adrogué. Yo sabía que él solía frecuentar el centro de esa ciudad los sábados por la noche pero ¿cuál es la probabilidad de toparse con una persona en una ciudad en un momento puntual determinado? Supongo que no muy grande, pero es aquí donde sólo lo explico teniendo en cuenta el destino y no formales teorías de probabilidad.
Esta vez, me invitó a un bar y pasamos un lindo momento juntos. Debido a ello, era menester repetir la salida y unos meses más tarde nos volvimos a encontrar, esta vez pactando previamente, y luego, otra vez al siguiente año.

Sólo unas semanas luego de este último encuentro lo volví a cruzar. Nuevamente, por casualidad, pero esta vez en el colectivo. Y he aquí donde realmente comenzó a interesarme la causa de tantos encuentros casuales ¿fueron casuales verdaderamente? Algo extraño sucedía, pues no creo que sea muy común el subirse a un colectivo y dar con la persona especial. De hecho, en la estación había varios colectivos que me servían para viajar, pero justo elegí ese, justo en ese momento, justo con esa persona dentro. Allí estaba él, fue lo primero que vi cuando subí, como si supiera de antemano que ahí se encontraba, como si me lo hubieran señalado. Recordé pronto que unos instantes antes de esperar el colectivo me había demorado hablando con una amiga que encontré de casualidad (¿de casualidad?), de tal modo que si hubiéramos hablado más o si no nos hubiésemos encontrado, el tiempo se hubiera estructurado de diferente forma, de manera que luego no hubiese tomado el mismo colectivo que en el que se hallaba Paul.

Todo se había pautado para que las cosas sucedieran así, todo estaba predeterminado por una poderosa fuerza superior. Y estos pensamientos brotaron todos al unísono. Estaba atónita, y él allí, a lado mío, tan real que me asustaba. El destino se hacía presente y me contaba de su existencia. Era realmente increíble, las cosas sucedían por alguna razón, todo en mi entorno espacio-tiempo se conjugaba para que yo diera con él, todo tan minuciosamente calculado, todo tan perfectamente mecánico como los engranajes de una poderosa máquina que llaman destino.

De todas formas allí no termina la historia. La semana pasada me había estado preocupando por reunir a mis amigas para salir el sábado. Todas y cada una de ellas habían rechazado mi invitación por diversos motivos, sin embargo yo sentía enormes ganas por salir a divertirme durante esa noche. Pero finalmente no me quedaba alternativa, mis amigas estaban muy ocupadas y ninguna estaba dispuesta a acompañarme, por lo que era inminente, me quedaría en casa. De pronto, una chica conocida, Laura, me ofreció salir con ella. Debo admitir, no tenemos mucha relación, pero igualmente acepté su invitación. Indudablemente algo me decía que tenía que salir ese día.

A cierta hora de la madrugada recogí a Laura y a otras chicas que venían con ella. Al llegar al bar donde se suponía íbamos a pasar la noche, una de ellas propuso visitar previamente otro. Así fue que llegamos a Wadley donde me llevé la mayor sorpresa de mi vida. Sí, como es de suponerse, una vez más allí estaba él, sentado con algunos amigos. Sólo se limitó a saludarme algo nervioso, ingenuo a tantas casualidades. ¡Hipócrita! ¿No te has dado cuenta que no te cruzas conmigo por nada? ¿Qué me dices tú del destino? ¿Acaso eres tan inferior a esa fuerza omnipotente que ni figurártela puedes? Lo sé, es abstracto, ¡pero tan evidente! ¿Juzgarías acaso que el aire no existe tan sólo porque no lo puedes ver?

Ahora todo concuerda. Estamos determinados por un destino inexorable y nuestra libertad sólo consiste en no saber lo que éste nos depara. Nuestra vida es una historia que está escrita y se respeta al pie de la letra, pues todo está previsto de antemano, y las cosas suceden por alguna razón, siguiendo un curso mecánico y preciso.

Mi destino se personifica y toma forma humana. Tiene cabellos de cobre, mirada penetrante y su blanca palidez opaca las estrellas. Mi destino eres tú, Paul.

1 comentario:

  1. Hola!, escribes muy bonito . Creo q nadie se cruza en nuestra vida por casualidad y así lo dice paulo coehlo en un poema “.. las personas llegan a nuestra vida por una razón, por una estación o por una vida entera…”

    Te dejo un enlace del poema http://www.youtube.com/watch?v=hjccj_XRQXI

    Agrego tu blog en mi lista de amigos

    Saludos

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