bananeada

la más freak del libro Guinness

miércoles, 21 de julio de 2010

Pensamiento

Otra vez, me quedé pensando un momento, que fueron horas. Pareciera que el insomnio trae consigo los pensamientos más profundos, que abigarrados y desordenados interrumpen el descanso. Y aunque puedo controlarlos, mi intención es ser protagonista de su libre fluir, hasta no saber quién domina a quién, porque tengo por seguro que bien es debido dejarlos ser y es más digno respetar las necesidades de la conciencia que las del cuerpo, pues tendré tiempo de sobra para descansar cuando no exista mi conciencia ya. Demás aclarar que el descanso, como el alimento, es un requerimiento biológico, lo cual da evidencia de su vital importancia. Pero ¿no es esto esencial tanto para los animales, como para las bacterias, como para los insectos? ¿Acaso la satisfacción de las necesidades con anterioridad nombradas no describen el funcionamiento de un ser autómata? Pues bien, de seguro hay otras necesidades a las que intento hacer alusión y cuya saciedad no es menos importante que las corporales: las del espíritu, las de la conciencia. Pero antes de preocuparse en cumplir con estas, sería menester preguntarse si se cuenta con lo primero…

<< Hastiada estoy de satisfacer la carne, los sentidos. Hastiada estoy de vosotros, que cimentáis y contribuís con una cultura de lo superficial. Hastiada de ser esperada actuar igual que vosotros, ¡imberbes!, que dais culto a lo exterior, que reivindicáis la imagen y priorizáis la satisfacción de los placeres carnales, ¡lascivos! ¡Ay! ¿Cuántos de vosotros podríais declararse profundo si apenas tenéis sentimientos y huís despavoridos cuando alguien es capaz de sentir amor por vosotros? Tenéis el alma anestesiada, por eso no sois capaz de sentir con ella, por eso sólo puedes describir al amor como un cosquilleo… ¡Te he visto confundir los sentimientos con sensaciones! ¡Te he visto somatizar lo que excede a tu espíritu! Y te has habituado a valorar a tu prójimo por su exterior… ¡Y también tú estas acostumbrado a que te valoren por lo mismo! Por eso prejuzgan tus ojos y no tu alma. ¿Y cuántos de vosotros me daríais la razón? Pues si no puedo llegar a ti no es porque me equivoque en lo que os objeto, sino más bien porque no sois lo suficientemente profundo y te desbordo.
Me desilusiona su comportamiento, hombres actuales. ¿Cómo con lo que digo no entráis en razón? Y he maldecido una y mil veces la sociedad que me ha parido ¡Pero no más de lo que vosotros habéis blasfemado contra mí! Y me he esforzado por entenderlos y he logrado, de hecho, que mi cuerpo os entienda, mas quien no concibe sus artilugios y marañas es mi espíritu profundo.
Y te has irritado y me has mirado confundido y exacerbado cuando te pregunto qué es lo que te llena… porque hinco el dedo en tu yaga más ardiente: la de la hipocresía, la de la superficialidad que te fastidia admitir.
Yo, en cambio, busco en lo más elevado algo que me llene; hablo de un placer que no se siente con los sentidos ¡Ah! Pero ¿Cuántos de vosotros seríais capaces de sentir esto? Un espíritu profundo no se llena fácilmente ¿o acaso es simple colmar el cielo de estrellas? ¡Luego fijad lo elevado que es! Es por eso que vosotros, post modernos, os llenáis con frivolidades, eso da pauta de vuestra superficialidad. Y es por eso que no creéis en Dios y desdeñáis la metafísica, porque no contáis con la suficiente profundidad para abarcarlos. Y quien objete esto e hipócrita pretenda mostrarse profundo que responda con qué sentidos se siente a Dios, con qué sentidos se siente la felicidad y la libertad que ofrece la sabiduría… Y sabéis de lo que hablo pero aún no me interpretas porque la satisfacción de los sentidos es más inmediata. Todo debe divertir, todo debe ser hilarante, todo debe trasgredir para tener su cuota de excitación, todo es estímulo para los sentidos, pero todo eso es efímero, fugaz ¡Hipócrita! ¿¡Cuánto más vale encontrar lo que realmente te llene y te haga grande de espíritu y te haga libre en la mente!? ¡Ah! ¡Pero es más fácil encontrar la diversión a corto plazo que el regocijo eterno! Ves que te conozco, no te prejuzgo, te juzgo, pero desde más alto donde puedo observaros. Y observo divertida, ¡en verdad me divierten! Son coloridas marionetas para mí… son títeres todos manejados por las mismas manos siniestras, quien de la vuelta al escenario sólo se encontrará con eso ¡manos que juegan con marionetas huecas! Por eso no divierten cuando uno ya sabe la verdad. No respondes lo que quieres, sólo respondes lo que está previsto que respondas, no te divierte lo que realmente te divierte, sino lo que se supone que te debe divertir, no respetas lo que te llena, sino lo que se demanda que te debe llenar… ¡No te proclames libre, imberbe! ¡Si vives obedeciendo! Y primeramente, eres esclavo de tu cuerpo y sus miserias ¡Ay! ¡Pero aún eres más miserable de espíritu!: tu cuerpo lo ha opacado porque la satisfacción de sus necesidades son más claras y evidentes. Por eso dejas que el sexo te llene, los excesos, lo prohibido, los vicios, en pocas palabras, ¡lo que satisface al cuerpo te llena! Os conozco demasiado, y puedo dirigirme a todos en general porque sois iguales, se fundamentan en lo mismo: sois ramas del árbol de raíces envenenadas ¡que sólo dará frutos venenosos!
No sois el futuro que a Zarathustra le hubiera gustado ver, no sois la sociedad en la que los más avanzados apostaron sus esperanzas, ¡cuánto más convendría reivindicar las sociedades anteriores! Que al menos gozaban de la salud que tus vicios y tu concupiscencia han plagado… y por esto me condenas retrógrada, mas yo os digo: “¡retrógrada la involución de la que formas parte y de la que te empeñas en adherir!, retrógrado tu espíritu bajo, nulo y tu simple forma de contemplar lo maravilloso”.
Estáis cegados por vuestros propios ojos, sólo te complace lo que por ellos adviertes, pues no conoces otra forma de conocimiento. Has vivido mucho tiempo limitado, ¡pero te esmeras en proclamarte liberal! Liberalismo, y de esta palabra te aferras para escupir las miserias que te infectan el alma. Liberalismo, y con ella los vicios no son vicios sino pequeños gustos. Liberalismo, y en su eco suena y junto a su bandera flamea .Liberalismo, y con esto simulas ser la sociedad prometida, y con esto disfrazas de antiguo y caduco todo lo que es ético, todo lo que es jurisdicción de la moral, todo lo que es moderado y circunspecto. ¡Hipócrita! ¡Tu liberalismo te domina! Ahora que supones ya no tener más a que obedecer ¡Obedeces a la libertad a la que estáis condenado! ¡Pero otra vez te confundes! Confundes libertad con libertinaje, confundes cobardía con moderación, diversión con regocijo, alegría con felicidad. En verdad os veo vivir atolondrados, buscando desesperados, ¡Sí! revolviendo entre placeres y estímulos hasta encontrar el que os haga sentir felices, el que dé sentido a sus irrelevantes existencias. ¡Iluso! ¡No te das cuenta que así es más difícil! Te aseguro: encontrarás mejor aun vendándote los ojos, porque por fin observarás con el espíritu la felicidad en lo que tus ojos desdeñan. Por eso os aconsejo sed de los que prefieren arrancar los ojos, colmar la piel de ardientes yagas: anular los sentidos antes de proclamarse desdichados, porque la felicidad está… ¡Al alcance de vuestras manos! Sólo que no sabéis mirarla…>>
Repentino silencio. Mis pensamientos se callan súbitamente, mi mente en blanco, algo alivia la conciencia aturdida ¿Me he quedado dormida? No. Cálida tranquilidad, portador de paz es el sol que a paso firme silencia con luz pensamientos oscuros: Dios me regala un nuevo día.

miércoles, 16 de diciembre de 2009

Muerte

No hace mucho tiempo comencé a indagarme sobre la muerte, tema que no suele abordarse muy comúnmente… tal vez porque cause miedo, de hecho tengo entendido que no muchos se animan a tratarlo porque lo consideran una manera de invocarla, llamarla. Pero como es de esperarse, en mi opinión, si la muerte es algo de lo que no se habla habitualmente es porque es un tema bastante profundo, demasiado para la actual levedad de las mentes.
Aún existe el amor, sea cual fuere la forma en que se exprese ahora, pero sólo hasta que la persona amada perezca. Pues entonces pasa a no ser más que un cadáver, un manojo de órganos y demás componentes biodegradables en potencial estado de putrefacción. Hasta el punto de dar asco. Nada conserva ese cuerpo muerto de lo que fue la persona en cuestión.
Pero las actitudes hipócritas no culminan ahí: en lo que a la despedida respecta, lo más apropiado es hacerlo manteniendo el cadáver en un habitáculo de madera cerrado, en lo posible, cuanto menor el contacto, mejor, de otra manera podría causar repulsión. Sí, así es como se merece ese ingrato, por estar haciendo sufrir a aquellos que lo amaban. En el mejor de los casos, se queman los restos, sin previa despedida: es preferible que esto sea lo más rápido posible. Y en cuanto a las cenizas, lo más conveniente es deshacerse de ellas: resulta morboso conservarlas y aún más, darle valor.
Luego de sufrir la pérdida del “ser querido” es necesario olvidarlo lo antes posible, nadie quiere tener ese mal recuerdo latente en la mente, ni siquiera por minutos. Para esto se recurre a diversas formas de evasión que los “dolientes” llaman “distracción”. Por ejemplo es muy común realizar un viaje para “distraerse” o salir a dar un paseo, conocer gente, o cualquier tipo de actividad para no estar pendiente de aquél mal trago que nos hizo pasar ese maldito finado. Una vez terminado el período de evasión, es decir, cuando ya es seguro que el desagradable momento quedó bien digerido en el inconsciente (por no decir en el olvido), cuando ya no quedan más rastros de recuerdos de la situación inhumana por la que se ha atravesado, uno puede continuar con su vida normal de todos los días, como si nada hubiera sucedido, ni siquiera como si el cadáver en cuestión hubiera tenido vida alguna vez; es menester no recordar ningún momento pasado vivido con aquel ser, pues podría resultar estresante, desagradable, perjudicial o el adjetivo descalificativo que mejor considere cada uno.
Una muerte, un problema, una situación incómoda. Lo que yace en esa urna no es un ser amado, sino restos de un cuerpo inmundo sin vida, cuando no, un medio de acceso a propiedades, bienes y demás susceptibilidades de herencia. Pero no me objeten tanto, no. Convengamos bien una cosa: quien bese al finado con los labios del amor más puro, quien sostenga su mano helada con la esperanza de entibiarla inútilmente, quien derrame a su lado el último llanto, el sollozo más doliente, el que viene de un alma en pena, ése será culpable de morbo, mas no quien pueda habitar sin la más mínima inquietud, su hogar, ni quien se atreva a utilizar sus pertenencias, ni quien con avaricia se deshaga de sus posesiones… No, ése sólo se hace cargo de lo que queda, y se dividen los bienes con una atmósfera viciada de un hediondo aire de hipocresía, con la máscara de dolor puesta sobre una mirada llena de avaricia: el vacío que supone la pérdida de un ser amado, es fácilmente reemplazado por sus bienes materiales, así de superficial, así de desgarrador. De esta manera, nada queda afuera de la mitad del vaso lleno, todo tiene su lado positivo: los afectados son indemnizados con las posesiones del muerto, así da gusto participar de una muerte. Tal vez algunos sufran, pero “sarna con gusto no pica” dice el refrán. Y de esta forma, todo tiene un final feliz. ¡Pobre de aquél que perezca sin poseer nada a su nombre! Ese será digno de repudio, pues sólo muere para generar desasosiego… ¡Sin recompensa! ¡Qué canalla!
Se pierde un ser amado: más espacio para los que aun continúan con vida, un gasto menos, una preocupación menos. ¿Y el que lo recuerde y lo traiga a la memoria con amor? ¡Ah! Ese será calificado de morboso, ¿Y el que lo nombre con frecuencia y eleve oraciones a Dios por la protección de su alma? ¡Ah! Ese sí que es un traicionero de la vida, no es suficiente señalarlo de morboso, de seguro esa persona necesite ayuda psiquiátrica porque aun no ha superado la pérdida del ser querido (cosa que los demás han logrado en sólo un par de días).
“La vida continúa” y con esto se apacigua el dolor, una frase que reconforta, porque no hay nada que se pueda hacer. Las heridas duelen pero pronto se cierran, las cicatrices se dejarán ver pero tal vez luego ni se recuerde cual fue su causa o, con suerte, se borrarán rápidamente. Y esto deja en evidencia un trasfondo de hipocresía, sólo se limitan a esperar que las heridas cicatricen, que la sangre se coagule, y aguardan con resentimiento, con rencor… ¡En vez de llevar en el corazón llagas eternamente ardientes, latentes que se manifiesten en reivindicación por el amor al ser que ya no está, por el amor que queda sin poder expresarse! ¿Qué dolor más grato que el que se sufre por la persona amada? ¿Acaso no es este el sentimiento más sublime que se puede sentir? ¡Ah! Un dolor que viene de lo profundo del alma no se cura desde el exterior del cuerpo ¿o acaso el fuego más indómito se apaga desde las superficies de las llamas? Pues es este el consejo que les doy a los que utilizan coagulantes para cerrar sus heridas más rápido y buscan distraerse: si tu herida se cierra, vuélvela a abrir y que permanezca como una llaga, que no sangre, pero que arda con exquisito fervor, ¡pues ese es el dolor que se regocija en el amor al ser perdido!.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

La Masa

“Alimentado con comida Light, el hombre se ha vuelto Light” ,y aunque esta frase tiene mucho de verdad no culpemos a la comida light, ¡oh no! Por el contrario poco tiene que ver ella respecto a la insoportable levedad del hombre. Como bien es dicho por los críticos de la postmodernidad, el hombre actual no acostumbra a pensar, a detenerse para reflexionar, como lo hacían antiguamente. Eso es algo aburrido y de tontos, y se dice que además es consecuencia de que el hombre hoy vive “apresurado”, atendiendo trámites, asuntos y demás cuestiones que no dan lugar a un espacio en blanco que pueda llenarse con conocimientos y saberes que salgan de uno mismo.
Pues bien, no descarto esta posibilidad, pero a mi parecer hay algo más abarcativo en este asunto. Un factor más retorcido, más poderoso que, casi imperceptible, influye de modo tal que enceguece y limita la capacidad de pensar. Se trata de la masa, que no es más que la sociedad, pero esta denominación le sienta mejor. A mi entender, es ella la que impone que pensar sea algo fastidioso, algo que ya no se acostumbre a hacer, como una vieja actividad que ha pasado de moda, al igual que leer o escribir.
La masa es conciencia poderosa que influye, juzga y demanda obediencia. Quien no se mueve con ella, con su corriente termina siendo aplastado. La masa impone actitudes y determinados estilos de vida, nos brinda una amplia variedad de formas de ser, pero que ya vienen pautadas. Y es así que cada quien elige la que mejor le cuadre, y gracias a esta elección es que uno se siente libre, pero no se engañen tanto, no. Sólo se elige entre personalidades preestablecidas, uno no es libre de crear la suya propia. Pero no muchos dan cuenta de esto, o por lo menos no quieren hacerlo. Es más cómodo así. Porque es sabido, quien pretenda destapar esta verdad y abrir las mentalidades podría terminar de la peor manera: desplazado de la masa, lo que significaría casi una muerte civil.
Nadie puede escapar de la masa, pero lo más lamentable aun es que hay quienes intentan pertenecer cada vez más y buscan su lugar en ella, acatando por inercia todo lo que ésta demanda, contribuyendo ciegamente a que sea cada vez más poderosa, más intolerante ante la menor falta de insubordinación. Cuanto más obediente se es, la masa promete un lugar mayor y más cómodo en ella a cambio de la idiosincrasia y las características particulares de cada uno, que a mi parecer es lo más valioso de las persona, lo que identifica y diferencia. No hay nada más respetable que ser uno mismo, pero eso sería desobedecer a la masa que se empeña por despersonalizar, crear un ejército de adeptos que sólo se focalicen en ser iguales para mantenerse perteneciendo. Entonces ¿dónde queda la tan mal ponderada individualidad si todos están desposeídos de sus particularidades? Es por esto que merecen el nombre de masa. Ya no son pequeñas partículas originales, sino que han ofrendado hipócritamente su genuinidad en favor de pertenecer a la sociedad.
Desearía, tal vez no saber esto, los que no lo saben viven felices en su superficialidad. Pero aun así no quiero pertenecer, no me importa que me desplacen o excluyan, mi identidad vale más que un lugar en esta hipócrita sociedad de mediocres. ¡Pero es tan difícil no dejarse llevar! No quiero pertenecer, caer en su bajeza, para esto es menester ir contra la corriente… por eso leo, leo lo más que puedo, tengo por seguro que el saber hace libre, entonces quiero saber tanto como me sea posible.
Porque no quiero pertenecer tejo, les resulta repulsiva e inadmisible esta actividad, pero me gusta y es lo que enriquece mi espíritu, es parte de mi personalidad y, por tanto, va en contra del arquetipo que la sociedad defiende, entonces tejeré.. tejeré hasta que se me acalambren las manos.
Porque no quiero pertenecer escribo, bien es sabido que pocos son los jóvenes que se dedican a esto porque es una tarea rechazada por la masa, entonces escribiré... y lo haré hasta que ya no diga más que incoherencias.
Porque no quiero pertenecer creo en Dios, he notado que la religión les causa aversión.. Sí, entonces llenaré mis actos y raciocinios de Dios, lo tendré en mis pensamientos y oraré por todos aquellos ilusos que blasfeman contra él (¡Perdónalos Dios!, no saben lo que hacen).
Porque no quiero pertenecer, no fumo ni consumo drogas, llevo mi virginidad con el mayor orgullo, cuido mi cuerpo: no lo flagelo con perforaciones, tatuajes o ningún otro tipo de auto agresiones, y me mofo de todos los imberbes que ignoran el peso que la sociedad tiene sobre sus pobres decisiones y pensamientos y se proclaman libres.
No quiero pertenecer, pero lamentablemente lo hago, lo admito. Sí, contribuyo cuando castigo mi cabello con formol y amoníaco para tenerlo lacio, tanto como se impone. Cuando bebo alcohol, pero sólo como “alcohólica social” (y he ahí una vez más ella ejerciendo su influencia). Cuando mi super yo se ve presionado y me impone alimentarme restringidamente (a veces, escasamente). Y se siente tan bajo cuando uno se da cuenta que aunque no quiera participa de la masa y siempre de alguna manera contribuye con sus imposiciones… Pero allí está mi objetivo, identificar aquello que hago por imposición social y no por verdadera virtud y eliminarlo, de modo de alejarme lo más posible… sí, esa es la clave ¡Virtuoso y bienaventurado quien es completamente sí mismo sin la más mínima influencia!
De a momentos, sólo de noche, cuando nadie me ve y me saco esta máscara irritante, cuando ningún integrante de la masa está alerta, puedo alejarme de ella, observarla desde afuera, contemplarla repulsivamente, burlarme siniestramente de quienes están dentro, mi yo está en estado más puro, tal como soy estoy sola escrutando sus miserias, y doy cuenta de todo, millones de pensamientos invaden mi conciencia, quiero retenerlos para luego escribirlos, pero se escurren entre el sueño y el libre fluir del cogito. Y uno es exquisitamente uno y se es libre en la mente. Pero pronto vendrá el día y con él las relaciones sociales: la masa me descubre mirando desde afuera, había logrado salir pero sólo por un momento, sólo hasta que tiende sus brazos y vuelve a incorporarme. De nuevo el disfraz. De nuevo, aparentar estar de acuerdo con todo lo que me rodea, con los códigos que la sociedad maneja. El traje de hipócrita no me calza muy bien y es por eso que a veces dejo traslucir de a momentos cómo realmente soy, pero no mucho, sólo un poco y de vez en cuando, sólo lo justo como para que no me desplacen.
Y he ahí la causa de por qué no puedo mostrarme tal cual soy, ¿quién lo toleraría? ¿Quién admitiría una personalidad tan desobediente, un espíritu tan rebelde? Por lo menos, nadie que pertenezca a la masa. Además, me gusta guardar el secreto, este punto de vista. Como quien hace un gran descubrimiento y lo más arriesgado es compartirlo con los demás. Me gusta verlos sufrir por superficialidades, verlos sollozar aterrados cuando sienten una presión enorme sin saber de dónde viene ni lo que es, cuando sienten estar siendo arrastrados por una poderosa corriente sin saber su origen, su fuerza ni desembocadura, me gusta verlos satisfechos cuando han alcanzado su objetivo, uno tan chato como sus mentalidades, tan mínimo pero tan significativo para ellos. Entonces dejo que me subestimen, me acusen, me señalen con el dedo: “Ahí va la rara”, “Lu es única”, "Lu es especial" (por no decir otra cosa), no me importa, me siento fuera y desde donde estoy no me tocan sus insultos, débiles como sus espíritus ¡Se los lleva el viento!

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Moral

Cierto es que desde que terminé de leer “Un enemigo del pueblo” de Henrik Ibsen me ha estado inquietando bastante (y hasta me ha distraído de numerosos pensamientos), todo lo relativo a la moral. Porque, es menester aclarar, la trama de dicha obra no permite una mayor comprensión sin acudir al análisis de la misma.

Debo confesar que dicho texto ha cautivado mi atención como ningún relato lo había hecho hasta entonces. Creo que lo que me deslumbró fue su actualidad, a pesar de haber sido escrito hace más de un siglo. Pero más allá de eso, comprendo que es la identificación con un personaje lo que hace para uno que un relato sea valioso. Se inmersa uno en la conciencia de éste, se crea un vínculo, una conexión casi mística, se lo adapta a uno mismo, pero después de todo no son más que meras palabras escritas en un papel, surgidas de la imaginación de un escritor idóneo, es pura ficción. El autor ignora cuan identificado puede sentirse alguien con sus ocurrencias, y mucho más, que su producción pueda llegar a conmover a una persona más de cien años luego de su publicación.

Stockmann es un buen hombre. De moralista lo calificarían despectivamente en la actualidad (como alguna que otra vez me ha sucedido a mí también). En su época lo injuriaba la sociedad llamándolo “enemigo del pueblo”, cosa que no considero en absoluto ilógica, pues este hombre se encargaba de mostrar a los ciudadanos una verdad que molestaba, que no convenía por cuestiones económicas que prevalecían sobre imposiciones morales. No por tratarse de ficción ésta es menos análoga a la situación de Ibsen y para nada ajeno a lo que ocurre hoy en día. La diferencia radica en que en aquellos tiempos Dios ocupaba un lugar preponderante en las vidas de las personas y por ende, la moral suponía un gran peso sobre la conciencia.

Pero ¿A quién hablar de moralidad hoy cuando Dios ha pasado a ser un simple mito, una figura inexistente a la que se recurre sólo en momentos de crisis? Está demás aclarar así, que a mi juicio la moral es provista por Dios, pues ¿Por quién más sino? De todas formas lo que quiero exponer no son los orígenes de la moral, no quiero dar lugar a opiniones, sino por el contrario sólo introducir lo que a mi parecer corresponde. Sucede que no he dado aun con joven alguno con quien pueda hablar de este tema, no forma parte de las conversaciones cotidianas en donde sólo se abordan frivolidades, sinsentidos. ¿Es entonces que la moral ha sucumbido cual idea extinta o caduca? Quizá resulte que debido a las consecuentes corrupciones de la misma es que ha quedado irremediablemente disminuida y ya no se la reconozca dentro del ser humano, ni siquiera como una lejana idea de conciencia moderadora, de punto de partida de la ética. Mientras en otros tiempos la moral podría llegar a suponer lo más sagrado y supremo de un hombre, actualmente sólo toma parte en el obrar de aquellas (pocas) personas de buen juicio, y es fácil de pervertir, de trasgredir sus límites sin el más mínimo sentimiento de culpa, sin el más pequeño remordimiento. Me suena aterrante, tal vez no sea yo hija de esta época.

El renombre, la posición, el orgullo, la búsqueda de un lugar en la boca de alguien, en los pensamientos de alguien, la necesidad de pertenecer a algo, de ser tenido en cuenta: los objetivos de mis pares que deben ser alcanzados no importa cómo, pero el punto de partida es siempre el mismo: corromper la moral. No atañe ni perjudica en lo más mínimo a mi persona, la indiferencia, la hipocresía, el egoísmo, las adicciones, el auto flagelo ajenos, no me competen, pero corrompen la moral de quien lo padece, degrada el alma, minimiza y lo más alarmante aun es que no dan cuenta de ello. Porque es lo normal, porque Dios ya no manda, “Dios ha muerto” diría Nietzsche, no guía. Dios sólo opera en aquellos que tienen su entera fe puesta en él, es decir, en pocas personas, en las mismas pocas que conservan la moral y la consagran como fuente de bien por el Supremo provista.

Pero no puedo ni figurarme a mí misma hablando así con algún contemporáneo, aseguro me juzgaría de loca, pues ¿quién se atreve a hablar de moral en tiempos en donde la vanidad, los pecados, los excesos y la perversión dominan, en tiempos en donde alimentarse un poco demás, no beber alcohol ni consumir drogas resulta más pecaminoso e inadmisible que negar la existencia del propio Dios? La libertad parece no tener límites, se abusa de ella lo más que se puede, pues la moral no la restringe porque no pesa. Y entonces el comportamiento humano se asimila cada vez más al de un animal que carece de principios.

La libertad es un derecho del que se puede hacer uso indefinidamente, ¡Oh, sí! Cualquier actitud es aceptada, cualquier reacción, cualquier pensamiento ¿¡Quién pudiera negar cómo gozamos de la libertad de expresión!? Todo es válido porque no existe nada que diferencie lo que está mal de lo que no. Me resulta gracioso, la gran mayoría de las personas pregona con orgullo cuan liberal es nuestra sociedad actual, y se sienten afortunados porque de este modo todo es más fácil: los homosexuales han conseguido buena aceptación, las abundantes conversaciones sobre sexo y demás temas de intimidad que antes se callaban como las disconformidades y desintereses en cuanto a la religión tienen lugar en la conversación diaria sólo como ligeros temas, que apenas se tocan y se tratan con total soltura, con levedad. Y por esto se jacta de liberal. ¡Qué hipocresía! Liberal hasta que una persona pone en tema de discusión la moral, la ética, la muerte, la existencia de Dios y del alma, la superficialidad de la sociedad. ¿Dónde queda su carácter liberal cuando se mofan de mí al hablar de religión? ¿Cuándo me acusan de moralista intolerante o de conservadora despectivamente? Si hacer lo que está prohibido por códigos morales es lo que dirige nuestro obrar, entonces ¿De qué libertad hablamos? Bien tengo entendido que no existe libertad mientras haya algo a lo que obedecer. Entonces debo de sentirme la persona que goza de mayor libertad cuando hablo de aquellos temas sin importarme lo que piensen de mí, cuando me invitan con drogas y las rechazo, cuando acepto a alguien por cómo es y no por cómo luce, cuando priorizo la ética a la estética, cuando encomiendo mi alma a Dios cada mañana y no temo en decirlo. Observo los medios hablar sin cuidado de sexo y pornografía, pero a nadie que trate sobre reivindicar valores o principios que se han perdido y urge re inculcar. ¿Será por consiguiente que ser inmoral es como debe ser uno hoy en día?

Con todo lo anterior no quiero dar a interpretar que quien no cree en Dios carece de sólidos fundamentos morales. Tampoco soy dogmática ni apelo al sentido común, no. Es sólo que no puedo concebir la falta de principios y la pérdida de valores, es inexcusable. A mi parecer la moral y el discernimiento entre lo que está bien y lo que no es innato, inherente al hombre, inmanente a su esencia, de ahí que somos humanos. De modo que no puedo tolerar la aceptación que ha tenido el detrimento de la conciencia humana, del alma y la degradación de la moral bajo el nombre de “liberalismo”, o aun peor: “progreso”.

domingo, 2 de agosto de 2009

The Wall

Hoy mis padres volvieron a discutir, como todos los días desde el día que nací, sólo que hoy es domingo y eso hace que todo sea un poco más triste. Las cosas han ido de mal en peor, desde que mi madre es víctima de las mentiras de mi padre y, créanme, no es para nada alentador verla desarmarse en llanto día tras día, con el ánimo irremediablemente decaído. Pero en fin, uno se termina acostumbrando a ello y sólo se alarma cuando las cosas pasan el límite de mal, como por ejemplo cuando mi madre intentó acabar con su vida o cuando mi padre la golpea.
Sin embargo, no crean que esto pueda traerme complicaciones psicológicas, no. Sólo es un ladrillo más en la pared.

Por otro lado, mi hermana mayor siempre ha sido un flagelo para mí. De pequeña solía insistirme con que yo había sido adoptada apoyándose en la escaso parecido físico que tengo con el resto de mis familiares. Y luego siempre con esos apodos ridículos e infantiles que me hacían avergonzarme hasta los huesos delante de mis amigos, siempre con ese aire humillante y fastidioso, hasta el punto de odiarla. Para ella sigo siendo una niña (tal vez esto se deba a la gran diferencia de edad entre nosotras) y por eso se comporta conmigo de esa manera. Y aunque me duele mucho llevarme tan mal con ella, no crean que me influye tanto. Por el contrario, se que es otro ladrillo más en la pared.

Tampoco tengo muchas amigas en quien confiar, ellas son más bien compañeras de aventuras, de beunos momentos, pero sólo eso. Suelen juzgarme de persona poco sincera, fría y desleal y prestan mucha atención en todo lo que digo y hago, puede ser necesario luego para usarlo en mi contra en alguna ocasión, por lo cual debo ser muy cuidadosa con ellas. Quien solía ser mi mejor amiga, no tiene tiempo para mí: sus novios, sus otras amigas y sus miserias la mantienen bastante ocupada. Y las amigas que hice en la primaria… ¿Quién sabe de ellas? ¿Seguirán viviendo? Puedo pensar que no tengo amigas o que tengo muchas compañeras y conocidas con quienes pasar un momento, depende de cómo se mire, pero no me preocupa en absoluto… sé que sólo se trata de un ladrillo más en la pared.

Una vez conocí un chico que ha sido protagonista de cada pensamiento desde entonces, Paul. Nunca me imaginé que iba a dar algún día con la persona que siempre había imaginado, pero la realidad supera la ficción, dicen. Nos hemos visto algunas veces y puedo jurar, fueron aquellos los mejores momentos de mi vida. Si bien es sin lugar a dudas la persona de la cual me he enamorado, a él no le ha sucedido lo mismo conmigo. Sé que tenemos muchas cosas en común y hasta nos llevamos muy bien, pero es tan difícil acercarme a él… . Y yo siento tantas cosas… pero decirlo sería lo último de la escasa relación que nos une, no puedo. De todas formas, sé que soy aun joven y que por demás habrá tiempo para muchas personas en mi vida, aunque él sea el más importante porque es el primero, no importa, por ahora es sólo un ladrillo más en la pared.

A decir verdad, nunca supe establecer relaciones muy duraderas con las personas, creo que eso se debe a que no sé confiar en ellas y suelo mostrarme bastante reservada y distante, o simplemente, de una manera diferente a la que soy yo naturalmente. Sí eso, no se mostrarme tal como soy, sino más bien a veces como los demás quieren que sea con ellos. Y debo confesar, establezco lazos más estrechos con mis libros, mi habitación y mis cosas. Por lo menos no me juzgan, son fieles y no pretenden de mí más de lo que yo les puedo dar, entre otras cosas, a diferencia de las personas. Pero no lo hago intencionalmente. Es un muro, una corteza que me mantiene apartada. Una muralla mental que bloquea el contacto directo. Nadie tuvo la culpa de esto (y yo tampoco), es sólo que de a ladrillos se hace una pared.

El Destino

Nunca he creído en el destino. Como católica me he limitado siempre a pensar que Dios nos hizo libres, que cada uno forja su propio camino según el libre albedrío y que, por consiguiente, no somos marionetas de ninguna fuerza sobrenatural. Y esto no sólo me lo han inculcado desde la infancia (cabe destacar la importante influencia religiosa que he recibido por medio de las escuelas en mi formación educativa), sino también lo he aprehendido con los textos filosóficos a los que con frecuencia recurro.

Es por eso que nunca me había detenido en aquél asunto, y cuando me cuestionaban sobre el mismo, respondía con total indiferencia: “El destino es sólo un antiquísimo invento humano, puras suposiciones que no pueden ser probadas experimentalmente”, y fin de la historia. “Somos arquitectos de nuestro propio destino”, como dice Nervo, “Se hace el camino al andar”, diría Serrat, y “no estamos determinados por un destino inexorable”, como apunta Freire. Esto me era suficiente para creerlo válido, y en cuanto al destino, en mi opinión, sólo pasaría a formar parte de un atrapante mito que ha inspirado las más bellas historias de todos los tiempos.

Pero este tema comenzó a inquietarme poco a poco a medida que me sucedieron cosas que sólo por la abstracta suposición de que existe un destino se explican.
Hace casi dos años que conozco a Paul. Sí, aquella persona que toma gran protagonismo en mis escritos. Creo que me gusta desde aquél entonces, pero de lo que no dudo es de que siempre he sentido una atracción distinta a la que pude sentir con otros muchachos. En verdad tenemos muchas cosas en común, no sólo en gustos coincidimos sino también en experiencias, creencias, pensamientos. De hecho, muchas cosas que me contó le han sucedido, me habían acontecido a mí también en algún momento y ni hablar de experiencias relativas a nuestro aspecto físico. Y es por esto, a veces, suelo especular que he dado con algo así como un “alma gemela” pero ese es otro tema que excede los límites de lo que quiero narrar ahora.

El día que nos conocimos fue realmente sorprendente. Yo anhelaba hacía tiempo conocer a un hombre pelirrojo como yo, sólo por curiosidad, me resultaba fascinante la idea. Y ese día que salí, allí estaba él, en un bar al que entré quién sabe por qué motivo. Se acercó a mí algo nervioso. La conversación comenzó con la superficialidad con la que nos manejamos los jóvenes actualmente y duró pocos minutos, pero se sentía tan agradable compartirlos con él que podría haberme quedado toda la noche allí. Y a demás… su belleza ¿cómo se explica la belleza? En fin, al cabo de poco tiempo se había hecho la hora de volver a casa y el papá de mi amiga nos estaba esperando en la puerta. Pero antes de partir me invitó a besarlo ¿cómo no hacerlo? Me hubiera arrepentido toda mi vida de ello. ¿Y luego de eso?, ¿terminaría todo ahí? No podía dejarlo desaparecer de mi vida así (si hubiera sabido lo que acontecería más tarde, no me hubiera preocupado en absoluto por esto). Pero como uno nunca sabe lo que le depara el destino, tuve que dejar un poco de lado aquello que impone la sociedad, que es machista (dicho sea de paso), y dar el paso yo, aunque fuera mujer. Me refiero a que le pedí su número de teléfono y su dirección de correo electrónico, y tal vez esto lo llevó a formar un prejuicio bastante negativo sobre mí, pero igualmente no me arrepiento de haberlo hecho.

Durante la semana congeniamos por MSN un encuentro para el próximo sábado en el mismo lugar. Debo confesar, no fue lo mejor, de hecho a partir de ese momento él se formó una idea de mi personalidad que no era la verdadera, pero ¿quién puede con la mayor facilidad desarraigar un prejuicio que otra persona tiene de nosotros? ¿Cómo mostrarnos verdaderos si actuamos con el cuidado de no dar lugar a prejuicios falsos?

Las conversaciones por MSN siguieron, ya no tan frecuentes, bastante frías. Él, como era de esperarse, demostraba poco interés en mí y sólo se dirigía con aire superado. Demás está decir que no volvimos a acordar para vernos, sin embargo los encuentros siguieron acaeciendo: en las semanas siguientes lo crucé dos veces por las calles de Temperley en la noche, pero el reencuentro sólo consistía en un breve saludo y algunas palabras.

En lo que siguió del tiempo dejamos de hablarnos. Él había sido sólo uno más de mi lista y yo de la de él. Eso era todo.
Hasta que aquella noche del 27 de enero del año pasado lo crucé por purísima casualidad por las calles de Adrogué. Como había sucedido anteriormente, sólo nos saludamos, cruzamos algunas palabras, como para detenernos más tiempo, y cada uno siguió su camino.

Era increíble, nunca me había cruzado tres veces por pura casualidad y sólo por pura casualidad con la misma persona. Pero como señalé al principio, no creía en el destino, solamente se habían dado así las cosas por azar.

Nueve meses después de aquél último encuentro, volví a dar con él nuevamente en Adrogué. Yo sabía que él solía frecuentar el centro de esa ciudad los sábados por la noche pero ¿cuál es la probabilidad de toparse con una persona en una ciudad en un momento puntual determinado? Supongo que no muy grande, pero es aquí donde sólo lo explico teniendo en cuenta el destino y no formales teorías de probabilidad.
Esta vez, me invitó a un bar y pasamos un lindo momento juntos. Debido a ello, era menester repetir la salida y unos meses más tarde nos volvimos a encontrar, esta vez pactando previamente, y luego, otra vez al siguiente año.

Sólo unas semanas luego de este último encuentro lo volví a cruzar. Nuevamente, por casualidad, pero esta vez en el colectivo. Y he aquí donde realmente comenzó a interesarme la causa de tantos encuentros casuales ¿fueron casuales verdaderamente? Algo extraño sucedía, pues no creo que sea muy común el subirse a un colectivo y dar con la persona especial. De hecho, en la estación había varios colectivos que me servían para viajar, pero justo elegí ese, justo en ese momento, justo con esa persona dentro. Allí estaba él, fue lo primero que vi cuando subí, como si supiera de antemano que ahí se encontraba, como si me lo hubieran señalado. Recordé pronto que unos instantes antes de esperar el colectivo me había demorado hablando con una amiga que encontré de casualidad (¿de casualidad?), de tal modo que si hubiéramos hablado más o si no nos hubiésemos encontrado, el tiempo se hubiera estructurado de diferente forma, de manera que luego no hubiese tomado el mismo colectivo que en el que se hallaba Paul.

Todo se había pautado para que las cosas sucedieran así, todo estaba predeterminado por una poderosa fuerza superior. Y estos pensamientos brotaron todos al unísono. Estaba atónita, y él allí, a lado mío, tan real que me asustaba. El destino se hacía presente y me contaba de su existencia. Era realmente increíble, las cosas sucedían por alguna razón, todo en mi entorno espacio-tiempo se conjugaba para que yo diera con él, todo tan minuciosamente calculado, todo tan perfectamente mecánico como los engranajes de una poderosa máquina que llaman destino.

De todas formas allí no termina la historia. La semana pasada me había estado preocupando por reunir a mis amigas para salir el sábado. Todas y cada una de ellas habían rechazado mi invitación por diversos motivos, sin embargo yo sentía enormes ganas por salir a divertirme durante esa noche. Pero finalmente no me quedaba alternativa, mis amigas estaban muy ocupadas y ninguna estaba dispuesta a acompañarme, por lo que era inminente, me quedaría en casa. De pronto, una chica conocida, Laura, me ofreció salir con ella. Debo admitir, no tenemos mucha relación, pero igualmente acepté su invitación. Indudablemente algo me decía que tenía que salir ese día.

A cierta hora de la madrugada recogí a Laura y a otras chicas que venían con ella. Al llegar al bar donde se suponía íbamos a pasar la noche, una de ellas propuso visitar previamente otro. Así fue que llegamos a Wadley donde me llevé la mayor sorpresa de mi vida. Sí, como es de suponerse, una vez más allí estaba él, sentado con algunos amigos. Sólo se limitó a saludarme algo nervioso, ingenuo a tantas casualidades. ¡Hipócrita! ¿No te has dado cuenta que no te cruzas conmigo por nada? ¿Qué me dices tú del destino? ¿Acaso eres tan inferior a esa fuerza omnipotente que ni figurártela puedes? Lo sé, es abstracto, ¡pero tan evidente! ¿Juzgarías acaso que el aire no existe tan sólo porque no lo puedes ver?

Ahora todo concuerda. Estamos determinados por un destino inexorable y nuestra libertad sólo consiste en no saber lo que éste nos depara. Nuestra vida es una historia que está escrita y se respeta al pie de la letra, pues todo está previsto de antemano, y las cosas suceden por alguna razón, siguiendo un curso mecánico y preciso.

Mi destino se personifica y toma forma humana. Tiene cabellos de cobre, mirada penetrante y su blanca palidez opaca las estrellas. Mi destino eres tú, Paul.

viernes, 24 de julio de 2009

Poema A Él de Gertrudis Gomez de Avellaneda

No existe lazo ya: todo está roto:
plúgole al cielo así: ¡Bendito sea!
Amargo cáliz con placer agoto:
mi alma reposa al fin: nada desea.

Te amé, no te amo ya: piénsolo al menos:
¡nunca, si fuere error, la verdad mire!
Que tantos años de amarguras llenos
trague el olvido: el corazón respire.

Lo has destrozado sin piedad: mi orgullo
una vez y otra vez pisaste insano
Mas nunca el labio exhalará un murmullo
para acusar tu proceder tirano.

De graves faltas vengador terrible,
dócil llenaste tu misión: ¿lo ignoras?
No era tuyo el poder que irresistible
postró ante ti mis fuerzas vencedoras.

Quísolo Dios y fue: ¡ gloria a su nombre!
Todo se terminó, recobro aliento:
¡Ángel de las venganzas!, ya eres hombre…
ni amor ni miedo al contemplarte siento.

Cayó tu cetro, se embotó tu espada…
Mas, ¡ay!, cuán triste libertad respiro…
Hice un mundo de ti, que hoy se anonada
y en honda y vasta soledad me miro.

¡Vive dichoso tú! Si en algún día
ves este adiós que te dirijo eterno,
sabe que aún tienes en el alma mía
generoso perdón, cariño tierno.