la más freak del libro Guinness

domingo, 12 de julio de 2009

Día de hipocresía

Y como es de costumbre, yo era la única aquel día que no estaba de acuerdo con lo propuesto.
Habíamos acordado aquella mañana trasladarnos el 24 de octubre a un hogar de niños con el profesor de catequesis y mis compañeros de clase. Para hacer más divertida la visita habíamos organizado una obra con títeres que nosotros mismos habíamos fabricado previamente y junto con la presencia de una compañera disfrazada de payaso, puedo asegurar que nuestra visita significó un día distinto para esos niños.
No me resultaba aquella una mala idea, pero sin embargo, había algo que no me gustaba, que no me motivaba a realizar aquel encuentro y que luego descubrí qué era.
Coincidía con todos en que una obra con títeres agrada a cualquier niño y que sería lo adecuado para ese momento, pero realmente ¿sería lo correcto para ese momento? Es decir ¿sería en verdad necesaria una escena con marionetas? Por el contrario yo no lo pensaba así. Desde mi punto de vista aquella se trataba de una idea muy superficial, no era precisamente un momento divertido con títeres lo que esos niños necesitaban, pues tenían otras carencias mucho más difíciles de satisfacer. Una mañana divertida no solucionaría nada en absoluto en la vida de aquellos pequeños.
Se trataba de chicos de entre 4 y 10 años que, tristes y pobres, cargaban con una cruz más pesada que ellos mismos. Cada uno con una historia diferente, pero con una realidad no muy distinta a las de los demás. Sí, sus cortas vidas pesaban con historias complejas. “¿Cuántos hermanitos tenés vos?” solíamos preguntarles ingenuamente. “Siete y tres medios hermanos”, “tengo tres hermanitos y dos hermanas, pero no tengo papá” contestaban acongojados e inocentes. Pero sus problemas se solucionarían porque allí estábamos los chicos del Santa Inés para presentar nuestra obra de títeres y alegrarles las vidas. Sí, alegrarlos hasta que retornaran a sus casas y a la rigurosa realidad que allí los esperaba, fue como sostenerles la cruz por unos minutos para que pudieran descansar, mas cuando hubo terminado la visita volverlos a cargar.¡Qué hipocresía! Cómo si no supiéramos lo que esos niños realmente necesitaban, como si diéramos de beber a aquel que está muriendo de hambre. Fue así de hipócrita. Análogo a tapar con una alfombra la suciedad del suelo y fingir que ya estaba todo limpio.
Y mientras todos reían y se sentían felices por haber realizado la buena acción del día, yo me sentía muy mal. Sentía que me había burlado de que aquellos pequeños porque estuve allí, con los medios para poder hacer algo por sus vidas, con los recursos para darles aunque sea una mínima ayuda y no había hecho nada. Mejor dicho: no habíamos hecho nada, nada más que hacerles olvidar por algunos minutos sus situaciones y quitarles una sonrisa a la fuerza.
Y me puse en el lugar de ellos y más bronca me daba estar en mi posición. Ellos nos hablaban de pobreza, de humildad, de sencillez, de compartir, pero qué íbamos a comprender nosotros, qué podíamos hablar con aquellas criaturas que teniendo la mitad de nuestra edad sabían el doble que nosotros sobre la vida, de manera que eran ellos quienes nos enseñaban. Qué les podíamos contar nosotros que nunca habíamos sufrido ninguna carencia, que sin ir más lejos, nunca habíamos pasado un año de nuestras vidas sin veranear durante las vacaciones.

“Vinieron a ver que existe otra realidad” trataba de convencerme mi preceptora y dejé de hablarle. No podía concebir tanta hipocresía junta. No es necesario visitar un hogar de niños pobres para contemplar la “otra realidad”. Vasta con recorrer los senderos de alguna plaza, caminar las calles de algún barrio humilde o simplemente vagar por los andenes de cualquier estación de tren que uno inevitablemente se cruzará siempre con la otra realidad. Y esos niños sabían esto y por eso sentía que nuestra visita había sido como cualquier frívola excursión. Tan superficial como la visita a un zoológico: uno va a mirar los animales que no ve cotidianamente, a estar cerca de aquellos que son peligrosos, aun sabiendo que están sufriendo en aquel lugar y que nuestra visita los irrita, pues podemos hacer algo para sacarlos de allí y sin embargo no hacemos nada. No me resultaba para nada divertido contemplar la situación de esos niños y sentía que a ellos tampoco les agradaba que un grupo de adolescentes de buena posición socio-económica irrumpiera en sus vidas para contemplar sus miserias simulando comprender su realidad y sintiendo lástima por ellos.
Podríamos haberlos provisto de alimentos, útiles o vestido, de modo de enriquecer y darle un verdadero sentido a la visita. Pero el objetivo real estaba disfrazado de solidario. La hipocresía se había apoderado de nuestro actuar y sólo interesaba que el colegio figurara aquél día. Pero nadie comprendía esta postura y me observaban serios, atónitos como si estuviera hablando incoherencias, como si hablase en un idioma desconocido. Luego comprendí a qué se debía esta reacción: la verdad molesta y con mis quejas no estaba haciendo más que destapar la verdad que todos ignoraban, les estaba despertando un sentimiento incómodo, pues por fin daban cuenta de que no habíamos sido de ayuda en absoluto y esto no les agradaba. Estaba levantando la alfombra y mostrando que realmente debajo de ella no estaba del todo limpio. Y esto los irritaba, no querían mirar más allá y concluir que habíamos sido hipócritas, entonces buscaban argumentos para convencerme de que lo que habíamos hecho era bueno, de que la que estaba mal era yo porque siempre tenía algo de qué quejarme. Y de eso se aferraban para cerrarse en su opinión.
Rápidamente comprendí lo que sucedía y dejé de rasgarme las vestiduras por hacerles entender lo que quería decir, que no es para nada tan complejo si uno cuenta con un mínimo de sentido común, lógica y criterio. Lamentablemente es así como funciona y funcionó siempre todo, las personas que piensan y reflexionan más allá de lo superficial deben callarse porque descubren verdades que molestan, porque revelan puntos de vista que hacen pensar y eso puede ser desagradable y decepcionante, y si se hubieran seguido las palabras de las personas que piensan, entonces el mundo sería perfecto y ya no se beneficiarían los que se enriquecen de engañar a los que no reflexionan. Pero esto excede los límites de lo que quería exponer aquí.

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