la más freak del libro Guinness

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Moral

Cierto es que desde que terminé de leer “Un enemigo del pueblo” de Henrik Ibsen me ha estado inquietando bastante (y hasta me ha distraído de numerosos pensamientos), todo lo relativo a la moral. Porque, es menester aclarar, la trama de dicha obra no permite una mayor comprensión sin acudir al análisis de la misma.

Debo confesar que dicho texto ha cautivado mi atención como ningún relato lo había hecho hasta entonces. Creo que lo que me deslumbró fue su actualidad, a pesar de haber sido escrito hace más de un siglo. Pero más allá de eso, comprendo que es la identificación con un personaje lo que hace para uno que un relato sea valioso. Se inmersa uno en la conciencia de éste, se crea un vínculo, una conexión casi mística, se lo adapta a uno mismo, pero después de todo no son más que meras palabras escritas en un papel, surgidas de la imaginación de un escritor idóneo, es pura ficción. El autor ignora cuan identificado puede sentirse alguien con sus ocurrencias, y mucho más, que su producción pueda llegar a conmover a una persona más de cien años luego de su publicación.

Stockmann es un buen hombre. De moralista lo calificarían despectivamente en la actualidad (como alguna que otra vez me ha sucedido a mí también). En su época lo injuriaba la sociedad llamándolo “enemigo del pueblo”, cosa que no considero en absoluto ilógica, pues este hombre se encargaba de mostrar a los ciudadanos una verdad que molestaba, que no convenía por cuestiones económicas que prevalecían sobre imposiciones morales. No por tratarse de ficción ésta es menos análoga a la situación de Ibsen y para nada ajeno a lo que ocurre hoy en día. La diferencia radica en que en aquellos tiempos Dios ocupaba un lugar preponderante en las vidas de las personas y por ende, la moral suponía un gran peso sobre la conciencia.

Pero ¿A quién hablar de moralidad hoy cuando Dios ha pasado a ser un simple mito, una figura inexistente a la que se recurre sólo en momentos de crisis? Está demás aclarar así, que a mi juicio la moral es provista por Dios, pues ¿Por quién más sino? De todas formas lo que quiero exponer no son los orígenes de la moral, no quiero dar lugar a opiniones, sino por el contrario sólo introducir lo que a mi parecer corresponde. Sucede que no he dado aun con joven alguno con quien pueda hablar de este tema, no forma parte de las conversaciones cotidianas en donde sólo se abordan frivolidades, sinsentidos. ¿Es entonces que la moral ha sucumbido cual idea extinta o caduca? Quizá resulte que debido a las consecuentes corrupciones de la misma es que ha quedado irremediablemente disminuida y ya no se la reconozca dentro del ser humano, ni siquiera como una lejana idea de conciencia moderadora, de punto de partida de la ética. Mientras en otros tiempos la moral podría llegar a suponer lo más sagrado y supremo de un hombre, actualmente sólo toma parte en el obrar de aquellas (pocas) personas de buen juicio, y es fácil de pervertir, de trasgredir sus límites sin el más mínimo sentimiento de culpa, sin el más pequeño remordimiento. Me suena aterrante, tal vez no sea yo hija de esta época.

El renombre, la posición, el orgullo, la búsqueda de un lugar en la boca de alguien, en los pensamientos de alguien, la necesidad de pertenecer a algo, de ser tenido en cuenta: los objetivos de mis pares que deben ser alcanzados no importa cómo, pero el punto de partida es siempre el mismo: corromper la moral. No atañe ni perjudica en lo más mínimo a mi persona, la indiferencia, la hipocresía, el egoísmo, las adicciones, el auto flagelo ajenos, no me competen, pero corrompen la moral de quien lo padece, degrada el alma, minimiza y lo más alarmante aun es que no dan cuenta de ello. Porque es lo normal, porque Dios ya no manda, “Dios ha muerto” diría Nietzsche, no guía. Dios sólo opera en aquellos que tienen su entera fe puesta en él, es decir, en pocas personas, en las mismas pocas que conservan la moral y la consagran como fuente de bien por el Supremo provista.

Pero no puedo ni figurarme a mí misma hablando así con algún contemporáneo, aseguro me juzgaría de loca, pues ¿quién se atreve a hablar de moral en tiempos en donde la vanidad, los pecados, los excesos y la perversión dominan, en tiempos en donde alimentarse un poco demás, no beber alcohol ni consumir drogas resulta más pecaminoso e inadmisible que negar la existencia del propio Dios? La libertad parece no tener límites, se abusa de ella lo más que se puede, pues la moral no la restringe porque no pesa. Y entonces el comportamiento humano se asimila cada vez más al de un animal que carece de principios.

La libertad es un derecho del que se puede hacer uso indefinidamente, ¡Oh, sí! Cualquier actitud es aceptada, cualquier reacción, cualquier pensamiento ¿¡Quién pudiera negar cómo gozamos de la libertad de expresión!? Todo es válido porque no existe nada que diferencie lo que está mal de lo que no. Me resulta gracioso, la gran mayoría de las personas pregona con orgullo cuan liberal es nuestra sociedad actual, y se sienten afortunados porque de este modo todo es más fácil: los homosexuales han conseguido buena aceptación, las abundantes conversaciones sobre sexo y demás temas de intimidad que antes se callaban como las disconformidades y desintereses en cuanto a la religión tienen lugar en la conversación diaria sólo como ligeros temas, que apenas se tocan y se tratan con total soltura, con levedad. Y por esto se jacta de liberal. ¡Qué hipocresía! Liberal hasta que una persona pone en tema de discusión la moral, la ética, la muerte, la existencia de Dios y del alma, la superficialidad de la sociedad. ¿Dónde queda su carácter liberal cuando se mofan de mí al hablar de religión? ¿Cuándo me acusan de moralista intolerante o de conservadora despectivamente? Si hacer lo que está prohibido por códigos morales es lo que dirige nuestro obrar, entonces ¿De qué libertad hablamos? Bien tengo entendido que no existe libertad mientras haya algo a lo que obedecer. Entonces debo de sentirme la persona que goza de mayor libertad cuando hablo de aquellos temas sin importarme lo que piensen de mí, cuando me invitan con drogas y las rechazo, cuando acepto a alguien por cómo es y no por cómo luce, cuando priorizo la ética a la estética, cuando encomiendo mi alma a Dios cada mañana y no temo en decirlo. Observo los medios hablar sin cuidado de sexo y pornografía, pero a nadie que trate sobre reivindicar valores o principios que se han perdido y urge re inculcar. ¿Será por consiguiente que ser inmoral es como debe ser uno hoy en día?

Con todo lo anterior no quiero dar a interpretar que quien no cree en Dios carece de sólidos fundamentos morales. Tampoco soy dogmática ni apelo al sentido común, no. Es sólo que no puedo concebir la falta de principios y la pérdida de valores, es inexcusable. A mi parecer la moral y el discernimiento entre lo que está bien y lo que no es innato, inherente al hombre, inmanente a su esencia, de ahí que somos humanos. De modo que no puedo tolerar la aceptación que ha tenido el detrimento de la conciencia humana, del alma y la degradación de la moral bajo el nombre de “liberalismo”, o aun peor: “progreso”.

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